Cuentos Infantiles Brasileños
por Ninfa Parreiras
Con hondo contentamiento estamos acá en ese Salón Dorado, en San José de Costa Rica, que acoge nuestras palabras y sueños de promover la literatura infantil de Brasil.
Heredada del folclor, de la oralidad de los pueblos, de la necesidad del entretenimiento, la literatura nos trae alegrías, dolores, puntos de interrogación. Nos trae el silencio, lo no dicho. Nos trae sentido a la vida.
Muy buenas noches, señoras y señores.
La literatura es hecha de la ficción y de la fantasía que nos trasladan de la realidad a la imaginación. Somos seres de afectos. La palabra, el imagen, hacen pensar en las incertidumbres, en las dudas, en los éxitos, en la soledad.
Qué hacer con los dramas de la realidad si no hubiese esa magia de la literatura?
Casi nada de lo que está escrito en los cuentos es racional. Al acercarnos al campo literario, hacemos aflorar la subjetividad, lo inexplicable de la vida, de nuestra existencia tan misteriosa. Y los cuentos para niños que llegan ahora en esta coletánea que organizamos nos llevan a la risa, a las lágrimas, a la seguridad de que la literatura no tiene edad: es para niños y para adultos. Tampoco tiene fecha de vencimiento. Hablamos de lo que hay de más universal en la literatura: ella es para todos ustedes.
Pasamos ahora a la lectura del mensaje del libro infantil, de Ana Maria Machado, ganadora del premio Hans Christian Andersen en el año 2000.
Muchas décadas se pasaron hasta que la literatura infantil llegase al sitio en que se encuentra hoy: autores vencedores de premios internacionales, obras traducidas en decenas de países, una larga edición de más de mil títulos al año.
Y para alegría nuestra los libros y las historias vuelan, son libres como una gran red de intercambios y de ilusiones.
Libros: el mundo en una red encantada
Ana Maria Machado
Yo estaba pequeña, no sé qué edad tenía.
Sólo sé que tenía altura suficiente para poder quedarme de pie frente al escritorio de mi padre, apoyar en él los brazos y, sobre ellos, la barbilla. Muy grande, ante mis ojos, había una estatua de bronce: un caballero delgado con una lanza en la mano, montado en un caballo esquelético, seguido por un burrito donde iba encaramado un tipo gordito sosteniendo un sombrero en la punta del brazo extendido, como si saludara a alguien.
Para responder a mi pregunta, mi padre me los presentó a los dos:
– Don Quijote y Sancho Panza.
Quise saber quiénes eran, dónde vivían. Aprendí que eran españoles y vivían hace siglos en una casa encantada: un libro. De inmediato, mi padre interrumpió lo que estaba haciendo, caminó hasta la repisa, tomó un librote y empezó a mostrarme las figuras y a contar la historia de aquellos dos. En una de las ilustraciones, Don Quijote estaba rodeado de libros.
– Y dentro de esos, ¿quién vive?– quise saber.
Por la respuesta, empecé a darme cuenta de que había libros de todo tipo y dentro de ellos vivía el infinito. A partir de ahí, por las manos de mis padres, fui conociendo a algunos de ellos, como Robinson Crusoe en su isla, Gulliver en Lilliput, Robin Hood en su bosque. Y descubrí que las hadas, princesas, gigantes y genios, reyes y brujas, los tres cerditos y los siete enanos, el patito feo y el lobo feroz, todos ellos viejos conocidos míos de las historias que oía, también vivían en libros.
Más tarde, cuando aprendí a leer, la que se fue a vivir a los libros fui yo. Conocí a los personajes de cuentos populares de todo el mundo, en colecciones que me hicieron recorrer desde China hasta Irlanda, desde Rusia hasta Grecia. Me metí de tal forma en los libros de Monteiro Lobato, que puedo decir que me mudé durante un tiempo a la finca del “Picapau Amarelo”. Yo vivía allá. Era un territorio libre y sin fronteras. Con la misma facilidad pude vivir en el Mississippi con Tom y Huck, cabalgué por los bosques de Francia con D'Artagnan, me perdí en el mercado de Bagdad con Aladino, volé a la Tierra de Nunca Jamás con Peter Pan, sobrevolé Suecia montada en un ganso con Nils, me metí en la cueva de un conejo con Alicia, me tragó una ballena con Pinocho, perseguí a Moby Dick con el capitán Ahab, navegué por los mares con el Capitán Blood, busqué tesoros con Long John Silver, le di la vuelta al mundo con Phileas Fogg, me quedé mucho tiempo en China con Marco Polo, viví en África con Tarzán, en lo alto de las montañas con Heidi y en una casita en el campo con la familia Ingall, fui una niña de la calle en Londres con Oliver Twist y en París con Cosette y los miserables, me escapé de un incendio con Jane Eyre, fui a la escuela de Cuore con Enrico y Garrone, seguí a un hombre santo en la India con Kim, soñé en ser escritora con mi querida Jo Marsh, formé parte del grupo de los Capitanes de Arena con Pedro Bala por las laderas de Bahía... y a partir de ahí fui leyendo cada vez más libros de gente grande.
Muchísimas gracias por la presencia de cada uno de ustedes.
Gracias a la Embajada del Brasil por invertir en proyectos culturales acá en Costa Rica. En especial nuestra gratitud al Embajador, señor Tadeu Valadares, por su sensbilidad hacia la literatura y la confianza en nuestro trabajo.
Gracias a Gloria Valladares Grangeiro por haber compartido en ese trabajo hecho por muchas manos.
Nuestros cordiales agradecimientos al señor Consejero Jorge Sá Earp, a la señora Rocío Portocarrero, a la traductora Jenny Valverde Chávez, a la ilustradora Marianela Solano Jiménez, al señor Alfonso Chase-Brenes por el prólogo y al señor Habib Succar, por la gráfica.
Y un agradecimiento último a los 26 autores que cedieron los derechos de publicación de los cuentos y a André Neves, el artista que realizó el proyecto gráfico, el designer de la obra.
Buenas noches; y disfruten de los cuentos.